
La lectura no deja de ser objeto de preocupación constante en la labor del docente de lengua castellana, cuyo gran reto o desafío no sólo consiste en convertirse en provocador de la lectura, sino también en lograr que sus estudiantes pasen de lecturas simples, superficiales, a niveles más profundos. Conservar con cierta fidelidad algunos aspectos de lo leído cobra sentido siempre y cuando sirvan de herramienta para la comprensión de cualquier tipología textual, lo cual indica que lo literal es el primero de los pasos que se da en ese proceso interpretativo de los textos.
Ahora bien, conocer las causas por las cuales los estudiantes leen poco, y, por consiguiente, confunden recuento por interpretación, es tarea explícita del docente de lengua castellana. Además de ser el llamado a motivar tales procesos, tiene la responsabilidad de orientarlos hacia la formación de lectores críticos, argumentativos y propositivos. Es por eso que resulta de suma importancia identificar el origen del problema en lo que atañe a la lectura literal. Cientos de maestros de lengua castellana se formularán la pregunta: ¿por qué los estudiantes no tarscienden de lecturas literales a interpretaciones de textos como unidades de múltiples significados?.
En su ensayo Sobre la lectura, Estanislao Zuleta describe algunas de esas causas que confieren el título de lectores incompetentes, cuya cifra es abismal en proporción a los libros existentes. La primera de ellas es el afán. “El hombre moderno es el hombre que está de afán, que quiere rápidamente asimilar…” (1982: 1). Si se toma ésta cita por comparación a lo que ocurre en las aulas de clase, se visualiza la imagen del maestro actual apremiando a sus estudiantes sobre la lectura de un libro “X” en un espacio limitado de tiempo. Como es de suponer, las condiciones en que se leerá dicho libro no serán las más favorables para la comprensión del mismo. La velocidad impuesta por el programa académico obligará al hipotético lector a desbrozar de cualquier manera la obra. Lo convertirá en su peor o en su más enconado enemigo. Y todo gracias al afán y rigidez con que debe cumplir el calendario académico, porque es necesario pasar a otro tema de los previstos para todo el año. A esto se le podría añadir lo que afirma Alfonso Reyes en su texto Categorías de la lectura:
“El libro, como la sensitiva, cierra sus hojas al tacto impertinente. Hay que llegar a él sin ser sentido. Ejercicio, casi, de faquir. Hay que acallar previamente en nuestro espíritu todos los ruidos parásitos que traemos desde la calle, los negocios y afanes, y hasta el ansia excesiva de información literaria. Entonces, en el silencio comienza a escucharse la voz del libro; medrosa a caso, pronta a desaparecer si se le solicita con cualquier apremio sospechoso” (1982: 11).
En cuanto a la segunda causa, Estanislao Zuleta arguye que no hay un código común, ya que los términos tienen sentido propio dentro del contexto lingüístico en que se hallan inscritos y es competencia del lector descifrar los significados que los conforman. Por tal razón define que “el problema de la lectura es que nunca hay un código común cuando se trata de una buena escritura” (1982: 4). En ese sentido los docentes limitan las posibilidades interpretativas de los estudiantes, por cuanto sugieren lecturas de textos a través de guías para extraer información desarticulada que no apunta a la construcción de significados. Todo lo contrario, se valen de recomendaciones inapropiadas acerca de la forma como deben ser leídas las obras o textos cuyo sentido parte de la construcción semántica hecha por el mismo lector. Además, si la obra en cuestión ofrece enlaces semánticos que sólo podrían hallarse en ella, la sugerencia interpretativa del maestro queda completamente desvirtuada. En tal caso, lo único que sí sería de su competencia es la explicación sobre la autonomía semántica que adoptan las palabras en determinados contextos lingüísticos.
Otra causa sería lo que el autor denomina ideología dominante, que, entre otras cosas, consiste en la interpretación generalizada que un grupo considerable de personas le atribuye a los textos; una especie de verdad absoluta que nadie podría atreverse a refutar. Algo parecido a una convención aceptada por una inmensa mayoría y que, por lo tanto, cualquier intento de demostrar lo contrario sería descalificado en el acto. De modo semejante, los docentes imponen una forma única de interpretación válida en las aulas de clase, y que los estudiantes deben asumir como verdadera, coartando así su capacidad para inferir otras relaciones semánticas en el texto. Esta fea cualidad aletea no sólo en las mentes de enseñanza básica y media, sino que también relampaguea en las lúcidas conciencias de la educación superior. Pero lo más lamentable de estas "esfinges sin enigma" , a propósito de la frase que Charles Baudelaire les esgrime a los críticos literarios, es que los estudiantes deben pasar la prueba de la evaluación si quieren ganar el examen o el año, dado el caso.
La última de las causas expuestas por Estanislao Zuleta es la prohibición, entendida como la lectura de textos que el maestro le sugiere al estudiante. Sugerir es prohibir. Al ser ésta una lectura recomendada, su interpretación se restringe a la establecida por el docente. El estudiante no puede ver algo distinto de lo que aquél ya vio. Pero a la vez se siente coartado, porque se trata de acatar la orden de la persona más autorizada para impartir conocimiento en la institución o para obligar a leer, sin falta, las obras de las lumbreras de la humanidad o de los autores que pertenecen al canon literario. "La más notable obra de nuestra literatura ...en el bachillerato nos la prohíben, es decir, nos la recomiendan; es lo mismo que prohibir, porque recomendar a uno como un deber lo que es una carcajada contra la adaptación, es lo mismo que prohibírselo" (1982:5)
Hasta aquí se ha hablado de las diferentes causas que Estanislao Zuleta expone como principales obstáculos de la lectura en el buen sentido de la palabra. Ahora se hará referencia a lo que el mismo autor plantea para resolver el problema.
Se partirá, entonces, de la definición que el autor le atribuye a la lectura: "... La lectura es el sometimiento de un texto que por sus condiciones de producción y por sus efectos escapa a la propiedad de cualquier "autor"; es una elaboración, parte de un proceso, que en ningún caso puede ser pensado como consumo; puede ser lenguaje en que se reconoce una indagación o puede ser neutralizado por una traducción a la ideología dominante, pero no puede ser la apropiación de un saber" (1982:11). Más adelante agrega: la lectura " es necesariamente interpretación", "es riesgo" (1982: 12-14).
Vale la pena traer a colación, a propósito de lo anterior, el interrogante acerca de lo que entienden por lectura los docentes de lengua castellana. Esta idea permitirá darle solución a la pregunta orientadora del trabajo. Gran parte de las actividades que ellos les proponen a sus estudiantes en los procesos de lectura parten de la forma como ellos mismos la definen. Si para algunos maestros lectura es la identificación de los personajes principales de un cuento o la delimitación estructural (inicio, nudo y desenlace) del mismo, no resulta difícil suponer que tales actividades estén asociadas a su concepción particular sobre la lectura.
Ahora bien, una razón comprobable justifica la hipótesis anterior. Como ya se expuso lo que significa lectura para Estanislao Zuleta, es oportuno hablar sobre lo que el autor propone al respecto. Lo primero que Estanislao no duda en plantear como argumento válido para resolver el problema de la lectura es la interpretación. Pero este término para él es sinónimo de pensamiento, crítica y trabajo. Es decir, la construcción de significado es el producto de un proceso riguroso de pensamiento en el que el lector trabaja críticamente un texto. “Tenemos que descifrar el código de la manera como esa escritura lo revele... Cada término se define por las relaciones necesarias que tiene con los otros términos" (1982: 4). Así, la tarea del lector se torna en un ejercicio arduo, una labor exclusiva de pensamiento, que a la vez se convierte en uno de los métodos más eficaces para hacer de los libros instrumentos de trabajo. Esto indica cuan lejos se hallan los docentes de formar niños y jóvenes con capacidad de interpretar textos como unidades de múltiples significados, pues ni siquiera ellos mismos asumen la lectura del modo que lo plantea Estanislao Zuleta. Y cuánto más, si a ello se le suman las causas previamente señaladas.
Considerar la lectura como una labor exclusiva del pensamiento implica replantear los métodos a través de los cuales se venían aplicando estrategias didácticas en aras de potenciar dicha capacidad. Como el asunto no es menos sencillo de lo que parece, surge la necesidad de implementar estrategias que desarrollen la capacidad de pensar, que es, en última instancia, el único método que Estanislao Zuleta propone para aprender a leer. La razón es lógica. Un proceso de elaboración textual involucra otro más riguroso de pensamiento, lo cual explica por qué un ejercicio de lectura no excluye cierto grado de complejidad en el proceso inverso de construcción de significado.
Por otro lado, Estanislao Zuleta considera que la interpretación de un texto consiste en la creación de un código nuevo, ya que es el texto mismo el que elige su destinatario y no quien lo escribió. Además, concluye que la "escritura es aventura, el sentido es múltiple, irreductible a un querer decir, irrecuperable, inapropiable" (1982: 8), cuyo libre albedrío justifica el título que encabeza el presente proyecto. Tamaña responsabilidad corre por cuenta del lector, quien está obligado a construir el sentido que el texto le propone y no el que le plantea el escritor.
En definitiva, y como solución a esta dificultad, Estanislao Zuleta sugiere una última propuesta. Se trata de la lectura como respuesta a un interrogante, el cual se va resolviendo en el desarrollo del trabajo interpretativo. En tal sentido, el acto de la lectura supone tener una disculpa o un pretexto orientador, que se constituya en el más grande de los motivos cuya finalidad sea la de guiar la curiosidad del lector, obligándola a descifrar y a desentrañar la clave del enigma.
Por lo tanto, es pertinente cerrar este breve comentario en palabras del autor en cuestión: "Hay que tomar por lo tanto en su sentido más fuerte la tesis de que es necesario leer a la luz de un problema ... Un problema es una esperanza y una sospecha. La sospecha de que existe una unidad, una articulación necesaria allí donde hay algunos elementos dispersos, que creemos entender parcialmente, que se nos escapan, pero insisten como una herida abierta; la esperanza de que si logramos establecer esa articulación, necesariamente quedará explicado algo que no lo estaba; quedará removido algo que impedía el proceso de nuestro pensamiento y funcionaba como un nudo en nuestra vida... "(1982: 10).